VALENTINO "Vertigineux" Alta Costura 2025
Primera colección de alta costura de Alessandro Michele para Valentino, luego de su partida de Gucci en 2022.
«La lista está en el origen de la cultura. Es parte de la historia del arte y de la literatura. ¿Para qué queremos la cultura?: Para hacer más comprensible el infinito. También se quiere crear un orden, no siempre, pero a menudo. ¿Y cómo, en tanto seres humanos, nos enfrentamos a lo infinito?, ¿cómo se puede intentar comprender lo incomprensible? A través de las listas, a través de catálogos, a través de colecciones en los museos y a través de enciclopedias y diccionarios. La lista no destruye la cultura, sino que la crea».
(Umberto Eco, El vértigo de las listas.)
La fascinación por las listas y el gusto por la enumeración de cosas, personas y fenómenos han acompañado desde siempre la historia de la humanidad. A pesar de su aparente sencillez, la figura retórica de la lista rara vez ha sido profundizada por los estudiosos en relación con su potencial narrativo y poético. Umberto Eco, a diferencia de otros, tiene el mérito de haber llevado a la primera línea del debate contemporáneo una interpretación evocadora de este topos, reuniendo y analizando en detalle ejemplos que abarcan el arte y la literatura: de Homero a Joyce, de Ezequiel a Gadda, pasando por Arcimboldo, Calvino y Moreau.
Según el semiólogo italiano, toda lista oscila entre dos tendencias opuestas y complementarias. Por un lado, es un intento de confinar la infinita extensión de lo existente dentro de un marco significativo. Una forma de poner orden en el caos del universo. Estos intentos de enumeración cumplen principalmente una función práctica, como en la recopilación de bienes testamentarios, inventarios de bibliotecas o archivos de museos. Por otro lado, la lista puede trascender a la poesía convirtiéndose en un instrumento visionario, estético y narrativo. En este caso, la lista, inclinándose ante lo indecible, alude vortiginosamente al infinito. No pretende domesticar el caos, sino contemplarlo.
Estas dos dimensiones coexisten a menudo, concertando citas secretas. Como nos recuerda Bernard Sève «la lista pone orden e incita a la dispersión al mismo tiempo; la lista es indiferentemente cerrada y abierta, estática y dinámica, finita e infinita, ordenada y desordenada, sin dejar nunca de ser una lista». Por esa duplicidad, al ser a la vez instrumento de orden y fuente de desorientación, la lista genera arrebato y desconcierto.
Más concretamente, Eco menciona «el vértigo de la lista» para evocar esa sensación particular que produce la enumeración tumultuosa, desenfrenada y obsesiva que a menudo se detiene al borde de un etcétera. Ese etcétera crea una suspensión ante algo que potencialmente puede extenderse hasta el infinito, que no puede ser contenido ni confinado. El vértigo surge, de hecho, del carácter inacabado de cualquier catalogación posible; radica en la sed de infinito que habita en cualquier cosa finita.
Estas consideraciones me hicieron compañía durante la preparación de mi primer desfile de Alta Costura. Y me empujaron a imaginar cada vestido único, finito e irrepetible, como un catálogo ininterrumpido y potencialmente infinito de palabras: una lista no gramatical que que procede por acumulación y yuxtaposición. Cuarenta y ocho vestidos: cuarenta y ocho listas. En cada lista coexisten elementos materiales e inmateriales: proporciones medibles, hilos emocionales, referencias pictóricas, acotaciones mercantiles, entramados biográficos, texturas cinemáticas, geometrías cromáticas, costuras filosóficas, marcas musicales, urdimbres simbólicas, bordados lingüísticos, fragmentos botánicos, arquetipos visuales, tejidos históricos, intarsias narrativas, nudos relacionales, etcétera.
Como si cada vestido evocara, por asociación, una pluralidad de mundos interconectados: una febril e incesante estratificación de referencias que hace estallar su singularidad. Calvino llamaría a tal lista «un zodíaco de fantasmas»: una poética del etcétera donde cada hilo, cada costura, cada trazo de color se transfigura en una multiplicidad de palabras que trascienden los límites de lo visible. Una constelación de visiones que tiembla y se disuelve en el torbellino de la enumeración.
Cada vestido no es sólo un objeto, es más bien el nudo de una red de significados: una cartografía viva que guarda rastros de memorias visuales y simbólicas. Es un archivo narrativo donde combinaciones improbables encuentran la armonía, recuerdos cruzan épocas, culturas y ecos de historias pasadas resuenan en el presente. Es una lista que se despliega en un estallido de combinaciones, recuerdos y ecos hasta el límite de lo expresable. Es el viaje por el vértigo de una multiplicidad inacabada.
Alessandro.
Fotos Valentino.com